lunes, 23 de abril de 2012

Libros libros libros

Por esas casualidades de la vida y de la historia, que a veces se ríen para bien y a veces para mal, William Shakespeare y Miguel de Cervantes Saavedra fallecieron el mismo día. No en la misma fecha, el mismo día: el 23 de abril de 1616. En 1930 a alguien se le ocurrió que semejante señal del destino no podía pasar inadvertida, y desde ese año, todos los 23 de abril se celebra el Día del Libro y de los Derechos de Autor.

Lo que sigue no es nuevo. Es una biografía lectora que escribí hace dos años en la facultad, para el Taller de Escritura Creativa. Hoy la desempolvé, la acomodé un poco y la traje al blog, porque lamentablemente no sé hablar de los libros si no es a través de mi propia experiencia. Al fin de cuentas, es la única que conozco.

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En mi caso, los libros llegaron a mi vida muy temprano, cuando mamá me leía cuentos cortos, con letra grande y muchos dibujos, entre la papilla y los pañales. Me aprendí las historietas de Disney de memoria, a fuerza de que me las leyeran cientos de veces, y fui identificando las letras primero y las palabras después. Era un poco hacer trampa, pero la efectividad del método fue innegable. La primera palabra que leí sin ayuda fue “originalidad”. La había encontrado en una revista abierta sobre la cama de mamá, que primero se sorprendió y después tuvo que rendirse ante la evidencia de que tenía una hija un tanto particular.

En la salita de cinco ya podía leer los cuentos sola, sin ayuda de la maestra. Mamá cuenta (esta parte de mi vida la escribe ella, porque yo no tengo registro) que una vez la profe salió del aula por un rato y cuando volvió me encontró leyendo un cuento en voz alta para el resto de los chicos. Para el acto del día del maestro de ese año me hicieron leer una carta enfrente de todo el colegio, y lo hice de corrido y sin problemas a pesar de que estaba escrita a máquina en imprenta minúscula. Lo único que me acuerdo de ese momento es que la maestra estaba atrás mío agarrando el micrófono, y yo estaba ofendidísima porque lo quería sostener yo. A fin de año, para despedirme de mi seño, le escribí un cuento que en gran parte era un plagio a sabiendas de un libro que tenía en casa. Pero eso no disminuyó el mérito, principalmente porque ella nunca se enteró.


A ese ritmo primer grado fue una gran desilusión. Cuando un compañero terminaba de leer en voz alta el primer renglón, yo ya me había adelantado un par de párrafos. Me aburría. Un día escribí mi segunda pretensión de cuento. Era parte de una tarea, seis renglones sobre un hornero garrapateados en imprenta, sin argumento de ningún tipo. A la maestra le encantó, y como para variar había terminado antes que el resto, me mandó por los pasillos para que le mostrara mi obra a las demás señoritas. Yo fui un poco por cararrota y otro poco por aburrida, pero no entendía qué tenía de maravilloso un hornero que vivía con una hornera, y tampoco por qué todos daban muestras tan grandes de entusiasmo ante mi cuaderno.

A partir de ese momento los libros fueron una constante en mi vida. No perdonaba nada de lo que me cayera en las manos y no podía cruzarme con ninguna revista sin dejar de leerla de principio a fin. En la casa de mis amigos, no me unía a los juegos de los demás hasta que no terminaba lo que fuera que había encontrado en su cuarto. Antisocial y nerd, lo sé, pero para mí cualquier libro era mucho más interesante que salir a jugar a la mancha o a las escondidas.

Ya de más grande hice un par de intentos de escribir una novela, pero los abandoné en el primer capítulo porque no le encontraba sentido a dedicarle tiempo y esfuerzo a algo que no iba a leer nadie. Mientras tanto, mi tía abuela me iba heredando su enorme biblioteca en cuotas. Yo ya distinguía entre los libros que leía para pasar el rato y los que me parecía que de verdad valían la pena. A ella le debo los cuatro primeros volúmenes de Harry Potter y los tres de El Señor de los Anillos.


El libro más importante para mí, a mis más o menos 13 años, fue Historia de Cronopios y de Famas. Lo descubrí en una librería de Bahía Blanca cuando papá lo bajó de un estante, buscó “Instrucciones para subir una escalera” y me lo dio abierto en esa página. "Tomá, leelo a ver si te gusta", me dijo. Se quedó a la expectativa, y cuando le dije que sí, fue derecho al mostrador a pagar el libro. Hoy sigue en mi mesita de luz. Al tiempo le siguieron Rayuela, Ceremonias y Papeles Inesperados, pero ninguno superó el encanto del primer encuentro.

En séptimo grado había tenido una mala experiencia con Cortázar, pero lo perdoné con el tiempo. A la profesora de Lengua se le ocurrió tomarnos una prueba de comprensión de textos con uno de sus cuentos, que se llamaba “Ocupaciones inútiles” o algo así. De más está decir que desaprobamos todos. Eso convenció a la profesora de que Cortázar era demasiado para nuestras jóvenes mentes. Por suerte después nos amigamos, porque no habría podido vivir sin él.

Ya en tercero polimodal nos hicieron leer varios autores argentinos, y ahí sí que no pude perdonar a mis compañeros. Pasaron a través de Cortázar y de Rodolfo Walsh como quien hojea una revista en una sala de espera, lo que a mi criterio era un pecado capital. Creo que fui la única que de verdad leyó Operación Masacre y no bajó el resumen de internet para hacer el trabajo sobre Walsh y el periodismo. Con Cortázar no tuve éxito: a pesar de mis explicaciones lo descartaban por incomprensible, sin darle una segunda oportunidad. Me sentí en deuda con él por no conseguirle más lectores.

Con el tiempo, papá también me acercó a Borges y a Miguel Hernández. La biblioteca de la abuela me trajo a Agatha Christie; la del abuelo, los cuentos de Fontanarrosa. La facultad me cruzó con Galeano, las clases de inglés con Poe, los amigos con Katzenbach. Leer es parte de mi vida desde que tengo memoria, y mi máxima ambición es armar una biblioteca bien surtida que ocupe toda una pared de mi futura casa. Yo creo, como Borges, que uno no debe estar orgulloso de lo que ha escrito, sino de los libros que ha leído.


martes, 3 de abril de 2012

Vidas robadas

Allá por el 2008, las noches de Telefé las ocupaba "Vidas Robadas". El protagonista era Facundo Arana, que se involucraba en el tema de la trata de personas y ayudaba al personaje de Soledad Silveyra a buscar a su hija, que había sido raptada para obligarla a prostituirse. Finalmente descubrían que se trataba de una inmensa red de trata que abarcaba a todo el país y que era protegida por distintas personas de poder.

En el primer capítulo, después de unas escenas heroicas de Facundo Arana escalando en las montañas y demás, la historia empezaba así: la hija de Soledad Silveyra tenía que ir al hospital a hacerse unos controles ginecológicos. Ella le daba un beso y la despedía en la puerta de su casa. La chica sólo había caminado unos metros cuando aparecían unos hombres que la subían a un auto y se la llevaban.

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María de los Ángeles, Marita, vivía con su pareja y su hija de 3 años en un departamentito humilde de San Miguel de Tucumán. Corría el año 2002; la crisis se hacía sentir y el mercadito les dejaba lo justo para comer. No iban a poder afrontar los gastos que implicaba un nuevo embarazo, así que decidió ponerse un diú. Una vecina, Patricia Soria, le dijo que ella podía ayudarla. Era enfermera en la Maternidad y su pareja, le contó, jefe de personal. Él podía arreglarle un turno para evitarse la espera, y sólo le iba a costar 20 pesos. Lo único que tenía que hacer era buscarlo para que le organizara todo. Se llamaba Miguel Ardiles.

Marita no podía pagar los 315 pesos que salía la consulta con un médico particular, así que aceptó la propuesta de Patricia. Fue al hospital, buscó a Ardiles y él la hizo anotar con una enfermera. El médico que la atendió se llamaba Tomás Rojas. Le indicó un papanicolau y una ecografía. La enfermera le dijo que el turno era el día siguiente a las 9:30 de la mañana; que tenía que llevar el DNI para que se lo sellaran.

- Pero yo me sé mi documento de memoria - se sorprendió Marita.

- No importa, lo tenés que traer igual porque acá te lo sellamos.

A Susana, la mamá de Marita, esto no le gustó nada. Le llamó la atención que le dieran un turno con horario, cuando lo común en el hospital es ir a las 4 ó 5 de la mañana a sacar un número, y lo del DNI ya era directamente irregular. Pero Marita estaba confiada en que todo iba a salir bien.

- Quedate tranquila, mamá, cuando tenga que hacerme los estudios y ponerme el diú vos me acompañás.


Ese día Marita se quedó a dormir en lo de su mamá. Al otro día se levantaron temprano y tomaron unos mates antes de salir, Marita al hospital y Susana a hacer unos trámites. Marita tenía puesto un jean viejo, zapatillas gastadas y una remera turquesa que era de su mamá. Salió de la casa en puntas de pie para no despertar a su hija, Sol Micaela. 

Marita le dió un beso a Susana. Caminó unos pasos y se dio vuelta:

- Mamá, comprá la tintura porque mirá cómo tenemos las raíces -. Le sonrió y se volvió a despedir: - Quedate tranquila que enseguida vuelvo.

Susana se quedó un ratito en el zaguán, mirándola irse. Después se fue por su lado. Aunque el instinto maternal le dijera que algo no andaba bien, no podía saber que a unos metros unos tipos se bajaban de un auto rojo y se llevaban a Marita a la fuerza. 

Eso fue hace 10 años.

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El caso de Marita es la punta del iceberg. El secuestro violento es inusual, y no es el recurso preferido de las redes de trata. Por lo general apuntan a chicas de familias humildes, que no tienen recursos como para organizar su búsqueda. Les prometen un buen trabajo en otra provincia, con suficiente plata como para mandarle a sus papás. Ellas, por necesidad, aceptan. Ellos las secuestran y no se vuelve a saber nada más.

En su recorrido por los prostíbulos de Tucumán y La Rioja, Susana Trimarco rescató a 20 chicas. Algunas de ellas vieron a Marita. Le habían teñido el pelo, le habían puesto tacones y lentes de contacto. Marita es un caso emblemático, todos la conocen; pero como ella hay decenas, cientos, miles de chicas en toda la República Argentina.


La trata de personas es la esclavitud del siglo XXI. Desde que en nuestro país se sancionó la Ley contra la Trata de Personas, en agosto de 2008, fueron liberadas 2774 víctimas. Sólo en 2011, casi 1600 personas recuperaron la libertad. Por lo general, los varones son explotados laboralmente, y a las mujeres las buscan para la explotación sexual. Sin embargo, la Ley va a ser modificada por dos razones: la primera es que no considera la contención que necesita la persona que es rescatada de la esclavitud. Y la segunda, es que establece diferencias entre las víctimas menores y mayores de 18 años. Si sos mayor, tenés que demostrar que te estás prostituyendo contra tu voluntad, y esta es una excusa ideal para los miembros de las redes de trata.

Atrás de estas redes, hay una inmensa maquinaria de poder que todavía no salió a la luz. Las 13 personas que están siendo juzgadas por la desaparición de Marita Verón no son nadie adentro de la organización. Se encargan de marcar y secuestrar a las chicas, pero no son los que tienen el poder. Para que una red de trata pueda desaparecer, torturar, prostituir y trasladar personas por todo el país tiene que haber gente poderosa involucrada. Susana Trimarco apunta contra policías, jueces y funcionarios políticos.


El aspecto positivo es que el caso Marita Verón ayudó a darle visibilidad al tema de la trata de personas. La gente ha empezado a denunciar mucho más, y se llevan adelante distintas campañas de concientización. La trata nos rodea. Todos conocemos por lo menos un prostíbulo que está cerca de nuestras casas. ¿Estamos seguros de que son putas? ¿Estamos seguros de que están ahí porque quieren? No pido que desmantelemos las redes de trata, pero empecemos por lo básico.

Sin clientes no hay prostitución.

Sin prostitución no hay trata.