martes, 11 de septiembre de 2012

Se abrirán las grandes alamedas

"¡No se rinde, carajo!"

El grito resonó en La Casa de la Moneda por encima de las ráfagas de metralleta. Los disparos no lo alcanzaron. Las dos balas que salieron de su propio fusil AK-47, sí.

39 años después de su muerte, la justicia chilena cerró la investigación. Lo de Salvador Allende fue suicidio.


***

Había asumido como presidente de Chile el 4 de noviembre de 1970, después de ganar las elecciones con casi el 37% de los votos. Ganó por poco, sólo un 2% por arriba de su principal competidor, Jorge Alessandri Rodríguez.

El plan de gobierno tenía una idea clara: llegar al socialismo por "la vía chilena". El programa incluyó la estatización y nacionalización de áreas claves de la economía, como la minería. Se aceleró la reforma agraria y se aumentaron los salarios de los trabajadores. En resumen, una idea desastrosa a ojos de los Estados Unidos, que ya bastante tenía con Cuba.

La nacionalización de recursos que estaban en manos de compañías norteamericanas fue demasiado para el gobierno de Richard Nixon. Su secretario de estado, Henry Kissinger, encabezó un boicot contra el gobierno de Chile que implicó embargar el cobre y negarle créditos externos.

A fines de 1971, las cosas empezaron a marchar mal. La balanza comercial entró en déficit y aparecieron las primeras señales de desabastecimiento. El descontento empezaba a notarse en las calles, y la oposición lo aprovechó al máximo: terrorismo, sabotaje, enfrentamientos armados, ataques constantes de la prensa opositora.

Para principios del '73 Allende ya olía el golpe de estado. El 29 de junio hubo un intento fallido, conocido como "el tanquetazo", que dejó 20 muertos. El presidente se quedaba sin opciones, y pensó en hacer un plebiscito para que el pueblo chileno decidiera si seguía en su cargo o no. Nunca llegó a realizarse.

***

Según Isabel Allende, su hija menor, estaba planeado anunciar el plebiscito el 11 de septiembre. Dos días antes ella había vuelto de México, y la noche del 10 fue a cenar a la casa de su padre para llevarle los regalos que había traído.

Entre el montón de paquetes había dos sacos de verano, que Salvador Allende se probó en el baño. Fue uno de los pocos momentos en los que interrumpió las interminables charlas con sus asesores.

- Espero llegar a usarlas -, fue su comentario.

Isabel no supo qué decir.

- ¿Tan mal estamos?

***

El resto está grabado a fuego en la historia chilena. El 11 de septiembre el Ejército tomó por asalto la Casa de la Moneda. Salvador Allende no quiso rendirse; prefirió el suicidio.

Ese mismo día, más temprano, se había dirigido por última vez a su pueblo.



Mis palabras no tienen amargura sino decepción. Que sean ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron: soldados de Chile, comandantes en jefe titulares, el almirante Merino, que se ha autodesignado comandante de la Armada, más el señor Mendoza, general rastrero que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al Gobierno, y que también se ha autodenominado Director General de carabineros. Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.

Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la Patria.

El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse. 
Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.

¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!

Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.




jueves, 9 de agosto de 2012

Estoy enamorada de un hincha de River

Para Martín, de uno de los amores de su vida.


Cuando yo iba a la primaria, pueblo chico infierno grande, en el patio del recreo sólo había dos opciones: o eras de Boca o eras de River. Había algún perdido de San Lorenzo, dos o tres de Racing, alguno más de Independiente. Pero la línea divisoria, lo que definía alianzas y enemistades, votaciones y discusiones, era el Superclásico. No había otra.

Mi papá y mis hermanos, hinchas de Estudiantes, eran un caso aislado. Pero muy aislado. Mis  compañeros, mis amigas, sus hermanos mayores, sus vecinos, sus padres, el almacenero y demás referentes de mi infancia eran bosteros y gallinas. En mi cabecita, Boca y River eran los que ganaban siempre. Ese Estudiantes de mitad de tabla para abajo no podía hacer nada contra ellos, porque eran mejores y tenían que ganar. Era algo preestablecido.

Mis hermanos criticaron más de una vez mi vida futbolística. Empecé siendo de Boca por el ahijado de papá, que una vez vino a visitarnos desde La Plata y prácticamente me sobornó con caramelos. Fui de River dos días, por pedido de mi mejor amiga de ese momento, que me encerró en su pieza a escuchar el CD de Copani (ahora que lo pienso fue tortura psicológica). Pero duró poco, porque a la siguiente votación en el recreo todos dijeron que yo no era de River, que era mentira y que era de Boca. Y en primaria y en el patio, lo que dicen los demás no se discute.

Más adelante, en la secundaria, le llegó el turno a Estudiantes. Mi hermano argumenta que fue sospechosamente en el momento de la remontada. Yo lo niego, pero no sirve de mucho. Sea como sea, los diarios y la tele volvieron a hablar de La Plata. Ahí Estudiantes fue la vuelta de la Brujita, Braña, Andújar, Desábato, el campeonato del 2006, el "yo lo ví campeón",  Boselli, la Gata, la Libertadores, el gol al Barsa y de nuevo campeones en el 2010. Un "club chico" llegaba a ser el mejor de América. La vida futbolística se acomodaba en su lugar.

Hasta que volvió el Boca - River.

Yo, que pensaba que a contramano de toda la Argentina y del periodismo deportivo en general había logrado que el Superclásico no me importara nada, volvía a encontrarme, 15 años después, con la votación en el patio del recreo.

Y esta vez tengo que votar por River, porque me pongo del lado de Martín.

Cuando empezamos a salir, Martín me aclaró dos cosas: una, que por nada del mundo iba a dejar de ver a sus amigas, y dos, que siempre iba a la cancha cuando River jugaba de local. Yo acepté, un poco porque estaba de acuerdo con los dos puntos y otro poco porque le habría dicho que sí a lo que sea. Pero nunca pensé que la parte del fútbol iba a ser tan central.

Para Martín, River no es un club, ni mucho menos un equipo de fútbol. Es una filosofía, una manera de encarar de vida, de entender el juego, de enfrentar las situaciones, de disfrutar las alegrías, de sufrir las tristezas. River es lo que respira, lo que le hace latir el corazón, lo que  le corre en las venas. River, para él, es la pasión hecha camiseta. En el ranking de amores estoy un paso arriba, por ahora, pero no intento competir. No serviría de nada.

Desde que estamos de novios, Estudiantes y River jugaron una sola vez, al final del Clausura 2011. Fue un empate 1-1 que me dejó en paz conmigo misma, porque nosotros no peleábamos por nada y ellos necesitaban el punto. Pero ahora vuelve el dilema moral.

Mi hermano diría que el dilema moral no existe, porque ahora soy de River. Pero no es así, es mucho peor: estoy enamorada de un hincha de River. No es que me importe el club por el club en sí mismo, sino porque lo que le pase al equipo y lo que le pase a Martín son la misma cosa. River puede hacer que la persona que amo sea la más feliz o la más triste del mundo. 

Con mis virtudes y defectos, yo hago lo mejor que puedo para que Martín sea feliz, pero River se me va de las manos. El club tiene prácticamente el mismo peso que yo en su vida, y Martín nos ama a los dos, pero a mí me importa muchísimo más. River se está jugando su felicidad y su tristeza en cada pelota, pero cuando termina el partido ya está. Terminó lo que tenía que hacer esa semana. Y me deja toda la responsabilidad a mí.

Además convengamos que este año no hizo mucho para ayudarme. El huracán River pasa y yo puedo festejar los triunfos o quedarme a levantar los pedazos. Se va pero no se va, está ahí toda la semana, flotando en el aire. Hay veces que no se lo puede nombrar, que hay que cambiar de canal ante la menor señal de alerta. Y hay veces en que hay que ver cada repetición, cada gol y cada análisis una y otra vez para apreciar todos los detalles.

No soy hincha de River. Sería mucho más fácil si lo fuera, porque entonces la que lloraría o se moriría de niervos o se aguantaría las cargadas sería yo. Es peor. Estoy enamorada de un hincha de River. Hay algo en su vida que puede lastimarlo o exaltarlo y que no depende para nada de mí. Por eso lo sigo, lo controlo y veo los partidos. Porque estoy cuidando que se porte bien.

- Y encima este finde jugamos con River.

- Ah, es cierto, ¿y qué vas a hacer?

- Yo quiero que gane Estudiantes, pero también está Martín.

- Bueno, podés querer que empaten.

- No, yo quiero que gane Estudiantes.

Si alguien tiene influencias en la AFA, por favor, que averigüe cómo se puede hacer para que Estudiantes gane y River sume puntos igual. Díganles que no es por mí, que no es de parte del club; díganles que estoy enamorada de un hincha de River.


jueves, 2 de agosto de 2012

Sueños lúcidos

Papá soñó más de una vez que está en un circuito de Fórmula 1, en el sector de boxes. Al lado está el auto de un piloto, no sé si Raikkonen o Vettel, y el tipo lo invita a dar una vuelta.  El sueño siempre termina igual: cuando está por subirse al auto o cuando acaba de sentarse, se despierta. Nunca llega a arrancar.

Miles de veces me frusté con sueños increíbles, que me solucionaban la vida, y que al despertarme descubrí que nunca habían sucedido. También me enojé con otros que se cortaban en el mejor momento. Empezaban a borronearse, a fallar, y por más que tratara de hacer que volvieran a funcionar, se diluían en la nada. Poco a poco pierdo mis poderes mágicos, empiezo a tener problemas para volar, y listo. Se terminó.

Tenemos sueños geniales, sueños horribles, sueños recurrentes, sueños rarísimos. Lo que nos fascina y nos extraña al mismo tiempo es que no podemos controlarlos. Aún cuando a veces sabemos que es un sueño, lo que va a pasar a continuación se nos escapa. Somos al mismo tiempo emisores y receptores de nuestros sueños. Hay una parte de nosotros que crea la historia, y otra parte que la vive y se sorprende.


El famoso psicoanalista Sigmund Freud enumeró las tres heridas narcisistas de la humanidad, algo así como los tres descubrimientos que golpearon el orgullo del ser humano. La primera herida, la cosmológica, fue la teoría copernicana: nos dimos cuenta de que la Tierra no era el centro del universo. La segunda, la biológica, fue la teoría de la evolución de Darwin, que nos mostró que descendíamos del mono y que habíamos evolucionado como cualquier otro animal.

Y la tercera y definitiva afrenta fue la psicológica: el psicoanálisis demostró que no somos dueños de nosotros mismos. El inconsciente es esa parte de nuestra mente que no podemos conocer, que escapa de nuestro control. El hombre no es amo ni siquiera en su propia casa.

Esta era la idea general que yo tenía sobre los sueños, y no me parecía ni bien ni mal: eran lo que eran. Pero el otro día encontré un post de 9gag.com que hablaba sobre los sueños lúcidos y cómo controlarlos.  Suena tentador. Volar, conocer otros mundos, tener superpoderes. Funciona más o menos así: el primer paso es convencer al cerebro de que es una prioridad que recordemos nuestros sueños, por lo que es bueno tener papel y lápiz en la mesa de luz y anotar lo que recordemos al despertar, aunque sólo sean una o dos palabras (al mejor estilo Ricardo Darín en "El Secreto de sus Ojos").


El siguiente paso es volverse capaz de darse cuenta de que estamos soñando. Es decir, adquirir la capacidad de estar consciente dentro del sueño. Para esto hay que volverse medio paranoico y preguntarse "¿Esto es real? ¿Estoy soñando?". Existen "pruebas de realidad", objetos cotidianos que nunca funcionan normalmente cuando soñamos (relojes, libros, nuestras manos). Hay que volverlos un hábito en la vida real para que también se vuelvan un hábito en los sueños.

El paso final es estar soñando, aplicar uno de estos chequeos de realidad y darse cuenta de que es un sueño.   A partir de ahí, podés vivir la historia que quieras. Según el post de 9gag.com los sueños no pueden controlarse inmediatamente, sino que requieren por lo menos dos semanas de práctica.

No sé si los sueños lúcidos funcionan, pero creo que no me gustaría probarlos. Para empezar, requiere bastante esfuerzo en la vida real. ¿Y cómo saber si voy a poder descansar mientras duermo? ¿No se supone que es el momento en que tendría que dejar que la mente se desconecte? Y por otro lado, está el tema psicológico. ¿Por dónde canalizamos los miedos, los deseos reprimidos, todo lo que vive en el inconsciente, si no es a través de los sueños? No sé si eso representaría menos o, al contrario, más trabajo para los psicoanalistas.


Las teorías sobre el control de sueños y los sueños lúcidos están dando vueltas por la web y hay gente que jura que funcionan. Decidan ustedes: escribir el libreto de lo que soñamos puede ser muy interesante, pero  creo que para eso existen las fantasías que tenemos despiertos. Me dirán que el sueño parece mucho más real, pero justamente es porque no sabemos que es un sueño. Yo prefiero descansar tranquila todas las noches y dejar que me sorprenda, para bien o para mal, esa parte de mí que no conozco.

jueves, 31 de mayo de 2012

Cronopio cronopio

De vez en cuando, cuando estoy aburrida, me agarra una regresión a mi infancia y entro a expresar toda mi creatividad en el Paint. Un día lo que salió fue esto, a mi modesto entender una gran obra de arte cargada de simbología:


Papá lo vio y se rió. "¿A vos te parece que los cronopios organizarían una Internacional?", me preguntó. "No", le contesté yo después de pensarlo un poco. "Los cronopios no se organizan, se encuentran de casualidad abajo de la mesa cuando se agachan a buscar el tenedor que se les cayó". 

Y así nació mi definición de cronopio. Los cronopios son un poco mi imagen de Cortázar, un poco yo y un poco toda la gente que conozco. Los cronopios cruzan la calle sin mirar y ocasionan choques espantosos, pierden todo porque jamás cosen los bolsillos rotos, cantan a los gritos, pueden correr kilómetros atrás de una burbuja o arrastrarse por todo el jardín cuidando que un caracol llegue a salvo hasta la enredadera.

Sin embargo esta definición, que para mí es clarísima, es difícil de transmitir. Cuando Martín me preguntó qué era un cronopio, empecé con un discurso parecido hasta que me interrumpió con una pregunta elemental: "Bueno, pero, ¿cómo son?".

La verdad, no tengo idea. Cortázar nunca se molestó en describirlos (lo único que dijo es que son verdes y húmedos), tal vez porque pensó que era más divertido que cada uno se los imaginara como quisiera. Dijo que lo más parecido que vio fueron unas figurillas indígenas en un museo mexicano, y un muñeco de felpa que le mandaron desde un club de cronopios sueco o de por ahí. El club tiene equipo de fútbol y todo. En la foto que también le enviaron, el arquero cronopio está afuera del área, cruzado de brazos, viendo satisfecho cómo el delantero contrario le mete un golazo. Eso resume fielmente su estilo de juego y su actitud ante la vida.


Para mí un cronopio condensa toda la libertad y la ingenuidad que anda dando vueltas por el mundo. A los cronopios pueden ocurrirles las peores catástrofes, pero siempre ven el lado positivo de las cosas y tienen la capacidad de olvidarse de todo lo malo. Ven los colores en el cemento, escuchan la música que esconden las bibliotecas y copian los bailes que hacen las hojas secas. 

Yo conozco decenas de cronopios, pero ellos no saben que lo son. Precisamente por eso son más cronopios todavía, porque no les preocupa autodefinirse como tales.

Los cronopios que conozco organizan carreras de hojitas en el agua que corre por el cordón de la vereda.

Dibujan gatitos en el borde de los apuntes de la facultad.

Juegan con plastilina y con lápices de colores y miran las mismas películas que hace 15 años.

Inventan palabras y canciones.

Se ríen de ellos mismos y de las macanas que se mandan.

Hablan y cantan a los gritos y ni siquiera se dan cuenta que todos se dan vuelta para mirarlos.

Se revuelcan en el piso con el perro.

Van sonriendo en el colectivo y en el subte.

Los cronopios que conozco ven el país de las maravillas en las cosas más chiquitas.


Todos mis amigos son cronopios, sino no podrían soportarme. Toda la gente de mi vida es la mejor definición de cronopio que conozco. Y por eso siempre encuentro risas y colores y luz y música y juegos y felicidad. Un cronopio es lo que ustedes quieran que sea, aunque ya lo definen bastante bien sin necesidad de enciclopedias ni diccionario.

Así que a todos les digo: ¡Buenas salenas, cronopio cronopio! Y no cambien nunca.


martes, 15 de mayo de 2012

No me da lo mismo

Hay una nueva versión del machismo dando vueltas, tanto entre hombres como entre mujeres, que para mí es una de las más estúpidas y peligrosas y podría resumirse más o menos así: si sos trola, promiscua, provocativa o prostituta nunca va a ser violación, sea cual sea la situación y la edad que tengas.


En el caso de las chicas de entre 10 y 13 años, el argumento es mucho más contundente y demoledor: no fue violación, fue consentido, ella tenía experiencia sexual previa. Y en estos días  he leído miles de variaciones de esta idea en las redes sociales, a raíz del supuesto intento de abuso por parte de DJ Memo, integrante de los Wachiturros, en perjuicio de una menor de 13 años.

El desencadenante fueron dos fotos de la chica que aparecieron en internet. En una, se la veía en el baño, de espaldas a la cámara, sacándose una foto en el espejo mientras mostraba una tanga de encaje. En la otra, dejaba ver el escote mientras sostenía con los dientes una tira de tres preservativos. Los comentarios fueron todos del estilo: "Acá esta la 'nena' que dice que fue violada por DJ Memo", "Miren a la pobre nena inocente, tremenda trola resultó", "Es obvio que miente y lo hace para sacarle plata".

Imaginemos por un momento el siguiente escenario: supongamos que la chica, a pesar de ser menor de edad, ya no es virgen. Supongamos que ya estuvo con varios hombres (pongan ustedes el número que quieran). Supongamos que es trola o rapidita. Supongamos que se la pasa sacándose fotos sexys para que las vea todo el mundo. Supongamos que es verdad que dijo se iba a curtir a un Wachiturro.

¿Y qué?


Ninguno de los argumentos anteriores sirve para eliminar la posibilidad, y conste que digo la posibilidad, de que DJ Memo haya querido violarla. Aunque haya tenido experiencias sexuales previas con uno, dos, cinco o veinte hombres, las tuvo con los hombres que ella eligió. Aunque se saque fotos provocativas, eso no quiere decir que se va a acostar con cualquiera (esto es una variante de "te lo buscaste por andar con esa pollerita"). Y aunque haya dicho que quería estar con un Wachiturro, una cosa es decirlo en una red social y otra muy distinta estar en una combi con un tipo 9 años mayor que vos.

No estoy diciendo que el abuso haya existido, porque eso tiene que determinarlo la justicia; lo que quiero plantear es que es posible que se haya dado. Cada uno opinará lo que quiera sobre DJ Memo y podrá considerar que es inocente si así le parece, pero no neguemos terminantemente la posibilidad de un intento de violación sólo porque la chica ya no es virgen.

El Comité de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estableció que está prohibido investigar la experiencia sexual previa de una mujer en un caso de violencia de género, especialmente de violación, porque, entre otros aspectos, atenta contra su intimidad y vida privada. En otras palabras, que una menor no sea virgen no debería importar de ninguna manera al momento de determinar si hubo o no abuso sexual.

Me preocupa ver que los hombres usen este argumento, pero mucho más las mujeres. Que te vistas de determinada manera, que lleves la vida sexual que quieras, que te expreses de un cierto modo en las redes sociales o incluso que ejerzas la prostitución no quiere decir que te lo buscaste o que fue consentido. Con ese criterio, ninguna mujer que no sea virgen podría ser violada, porque todas lo harían por voluntad propia.

Una vez un hombre me preguntó si no me excitaba cuando el ginecólogo me revisaba. Yo no puedo imaginarme una situación menos erótica que la consulta ginecológica. Que te hagan un pap no es sexy, cualquier mujer lo sabe. Pensar que me puede excitar eso es suponer que me  da lo mismo que me toque cualquiera y que voy a reaccionar igual ante cualquier hombre sin importar el contexto. Nada más alejado de la realidad.


A las mujeres no nos da lo mismo. Si queremos, podemos estar con 500 hombres distintos, pero van a ser los 500 hombres que nosotras elijamos y ningún otro. Nada de lo que hacemos o decimos o mostramos o insinuamos puede justificar que nos violen o abusen de nosotras. 

No puedo tolerar que nadie justifique un abuso sexual. Todas tenemos derecho a decidir qué hacemos, cuándo, dónde y con quién. Hasta una prostituta puede ser violada, no está obligada a tener sexo con cualquiera. Todas podemos decir que no.


lunes, 23 de abril de 2012

Libros libros libros

Por esas casualidades de la vida y de la historia, que a veces se ríen para bien y a veces para mal, William Shakespeare y Miguel de Cervantes Saavedra fallecieron el mismo día. No en la misma fecha, el mismo día: el 23 de abril de 1616. En 1930 a alguien se le ocurrió que semejante señal del destino no podía pasar inadvertida, y desde ese año, todos los 23 de abril se celebra el Día del Libro y de los Derechos de Autor.

Lo que sigue no es nuevo. Es una biografía lectora que escribí hace dos años en la facultad, para el Taller de Escritura Creativa. Hoy la desempolvé, la acomodé un poco y la traje al blog, porque lamentablemente no sé hablar de los libros si no es a través de mi propia experiencia. Al fin de cuentas, es la única que conozco.

***


En mi caso, los libros llegaron a mi vida muy temprano, cuando mamá me leía cuentos cortos, con letra grande y muchos dibujos, entre la papilla y los pañales. Me aprendí las historietas de Disney de memoria, a fuerza de que me las leyeran cientos de veces, y fui identificando las letras primero y las palabras después. Era un poco hacer trampa, pero la efectividad del método fue innegable. La primera palabra que leí sin ayuda fue “originalidad”. La había encontrado en una revista abierta sobre la cama de mamá, que primero se sorprendió y después tuvo que rendirse ante la evidencia de que tenía una hija un tanto particular.

En la salita de cinco ya podía leer los cuentos sola, sin ayuda de la maestra. Mamá cuenta (esta parte de mi vida la escribe ella, porque yo no tengo registro) que una vez la profe salió del aula por un rato y cuando volvió me encontró leyendo un cuento en voz alta para el resto de los chicos. Para el acto del día del maestro de ese año me hicieron leer una carta enfrente de todo el colegio, y lo hice de corrido y sin problemas a pesar de que estaba escrita a máquina en imprenta minúscula. Lo único que me acuerdo de ese momento es que la maestra estaba atrás mío agarrando el micrófono, y yo estaba ofendidísima porque lo quería sostener yo. A fin de año, para despedirme de mi seño, le escribí un cuento que en gran parte era un plagio a sabiendas de un libro que tenía en casa. Pero eso no disminuyó el mérito, principalmente porque ella nunca se enteró.


A ese ritmo primer grado fue una gran desilusión. Cuando un compañero terminaba de leer en voz alta el primer renglón, yo ya me había adelantado un par de párrafos. Me aburría. Un día escribí mi segunda pretensión de cuento. Era parte de una tarea, seis renglones sobre un hornero garrapateados en imprenta, sin argumento de ningún tipo. A la maestra le encantó, y como para variar había terminado antes que el resto, me mandó por los pasillos para que le mostrara mi obra a las demás señoritas. Yo fui un poco por cararrota y otro poco por aburrida, pero no entendía qué tenía de maravilloso un hornero que vivía con una hornera, y tampoco por qué todos daban muestras tan grandes de entusiasmo ante mi cuaderno.

A partir de ese momento los libros fueron una constante en mi vida. No perdonaba nada de lo que me cayera en las manos y no podía cruzarme con ninguna revista sin dejar de leerla de principio a fin. En la casa de mis amigos, no me unía a los juegos de los demás hasta que no terminaba lo que fuera que había encontrado en su cuarto. Antisocial y nerd, lo sé, pero para mí cualquier libro era mucho más interesante que salir a jugar a la mancha o a las escondidas.

Ya de más grande hice un par de intentos de escribir una novela, pero los abandoné en el primer capítulo porque no le encontraba sentido a dedicarle tiempo y esfuerzo a algo que no iba a leer nadie. Mientras tanto, mi tía abuela me iba heredando su enorme biblioteca en cuotas. Yo ya distinguía entre los libros que leía para pasar el rato y los que me parecía que de verdad valían la pena. A ella le debo los cuatro primeros volúmenes de Harry Potter y los tres de El Señor de los Anillos.


El libro más importante para mí, a mis más o menos 13 años, fue Historia de Cronopios y de Famas. Lo descubrí en una librería de Bahía Blanca cuando papá lo bajó de un estante, buscó “Instrucciones para subir una escalera” y me lo dio abierto en esa página. "Tomá, leelo a ver si te gusta", me dijo. Se quedó a la expectativa, y cuando le dije que sí, fue derecho al mostrador a pagar el libro. Hoy sigue en mi mesita de luz. Al tiempo le siguieron Rayuela, Ceremonias y Papeles Inesperados, pero ninguno superó el encanto del primer encuentro.

En séptimo grado había tenido una mala experiencia con Cortázar, pero lo perdoné con el tiempo. A la profesora de Lengua se le ocurrió tomarnos una prueba de comprensión de textos con uno de sus cuentos, que se llamaba “Ocupaciones inútiles” o algo así. De más está decir que desaprobamos todos. Eso convenció a la profesora de que Cortázar era demasiado para nuestras jóvenes mentes. Por suerte después nos amigamos, porque no habría podido vivir sin él.

Ya en tercero polimodal nos hicieron leer varios autores argentinos, y ahí sí que no pude perdonar a mis compañeros. Pasaron a través de Cortázar y de Rodolfo Walsh como quien hojea una revista en una sala de espera, lo que a mi criterio era un pecado capital. Creo que fui la única que de verdad leyó Operación Masacre y no bajó el resumen de internet para hacer el trabajo sobre Walsh y el periodismo. Con Cortázar no tuve éxito: a pesar de mis explicaciones lo descartaban por incomprensible, sin darle una segunda oportunidad. Me sentí en deuda con él por no conseguirle más lectores.

Con el tiempo, papá también me acercó a Borges y a Miguel Hernández. La biblioteca de la abuela me trajo a Agatha Christie; la del abuelo, los cuentos de Fontanarrosa. La facultad me cruzó con Galeano, las clases de inglés con Poe, los amigos con Katzenbach. Leer es parte de mi vida desde que tengo memoria, y mi máxima ambición es armar una biblioteca bien surtida que ocupe toda una pared de mi futura casa. Yo creo, como Borges, que uno no debe estar orgulloso de lo que ha escrito, sino de los libros que ha leído.


martes, 3 de abril de 2012

Vidas robadas

Allá por el 2008, las noches de Telefé las ocupaba "Vidas Robadas". El protagonista era Facundo Arana, que se involucraba en el tema de la trata de personas y ayudaba al personaje de Soledad Silveyra a buscar a su hija, que había sido raptada para obligarla a prostituirse. Finalmente descubrían que se trataba de una inmensa red de trata que abarcaba a todo el país y que era protegida por distintas personas de poder.

En el primer capítulo, después de unas escenas heroicas de Facundo Arana escalando en las montañas y demás, la historia empezaba así: la hija de Soledad Silveyra tenía que ir al hospital a hacerse unos controles ginecológicos. Ella le daba un beso y la despedía en la puerta de su casa. La chica sólo había caminado unos metros cuando aparecían unos hombres que la subían a un auto y se la llevaban.

***

María de los Ángeles, Marita, vivía con su pareja y su hija de 3 años en un departamentito humilde de San Miguel de Tucumán. Corría el año 2002; la crisis se hacía sentir y el mercadito les dejaba lo justo para comer. No iban a poder afrontar los gastos que implicaba un nuevo embarazo, así que decidió ponerse un diú. Una vecina, Patricia Soria, le dijo que ella podía ayudarla. Era enfermera en la Maternidad y su pareja, le contó, jefe de personal. Él podía arreglarle un turno para evitarse la espera, y sólo le iba a costar 20 pesos. Lo único que tenía que hacer era buscarlo para que le organizara todo. Se llamaba Miguel Ardiles.

Marita no podía pagar los 315 pesos que salía la consulta con un médico particular, así que aceptó la propuesta de Patricia. Fue al hospital, buscó a Ardiles y él la hizo anotar con una enfermera. El médico que la atendió se llamaba Tomás Rojas. Le indicó un papanicolau y una ecografía. La enfermera le dijo que el turno era el día siguiente a las 9:30 de la mañana; que tenía que llevar el DNI para que se lo sellaran.

- Pero yo me sé mi documento de memoria - se sorprendió Marita.

- No importa, lo tenés que traer igual porque acá te lo sellamos.

A Susana, la mamá de Marita, esto no le gustó nada. Le llamó la atención que le dieran un turno con horario, cuando lo común en el hospital es ir a las 4 ó 5 de la mañana a sacar un número, y lo del DNI ya era directamente irregular. Pero Marita estaba confiada en que todo iba a salir bien.

- Quedate tranquila, mamá, cuando tenga que hacerme los estudios y ponerme el diú vos me acompañás.


Ese día Marita se quedó a dormir en lo de su mamá. Al otro día se levantaron temprano y tomaron unos mates antes de salir, Marita al hospital y Susana a hacer unos trámites. Marita tenía puesto un jean viejo, zapatillas gastadas y una remera turquesa que era de su mamá. Salió de la casa en puntas de pie para no despertar a su hija, Sol Micaela. 

Marita le dió un beso a Susana. Caminó unos pasos y se dio vuelta:

- Mamá, comprá la tintura porque mirá cómo tenemos las raíces -. Le sonrió y se volvió a despedir: - Quedate tranquila que enseguida vuelvo.

Susana se quedó un ratito en el zaguán, mirándola irse. Después se fue por su lado. Aunque el instinto maternal le dijera que algo no andaba bien, no podía saber que a unos metros unos tipos se bajaban de un auto rojo y se llevaban a Marita a la fuerza. 

Eso fue hace 10 años.

***

El caso de Marita es la punta del iceberg. El secuestro violento es inusual, y no es el recurso preferido de las redes de trata. Por lo general apuntan a chicas de familias humildes, que no tienen recursos como para organizar su búsqueda. Les prometen un buen trabajo en otra provincia, con suficiente plata como para mandarle a sus papás. Ellas, por necesidad, aceptan. Ellos las secuestran y no se vuelve a saber nada más.

En su recorrido por los prostíbulos de Tucumán y La Rioja, Susana Trimarco rescató a 20 chicas. Algunas de ellas vieron a Marita. Le habían teñido el pelo, le habían puesto tacones y lentes de contacto. Marita es un caso emblemático, todos la conocen; pero como ella hay decenas, cientos, miles de chicas en toda la República Argentina.


La trata de personas es la esclavitud del siglo XXI. Desde que en nuestro país se sancionó la Ley contra la Trata de Personas, en agosto de 2008, fueron liberadas 2774 víctimas. Sólo en 2011, casi 1600 personas recuperaron la libertad. Por lo general, los varones son explotados laboralmente, y a las mujeres las buscan para la explotación sexual. Sin embargo, la Ley va a ser modificada por dos razones: la primera es que no considera la contención que necesita la persona que es rescatada de la esclavitud. Y la segunda, es que establece diferencias entre las víctimas menores y mayores de 18 años. Si sos mayor, tenés que demostrar que te estás prostituyendo contra tu voluntad, y esta es una excusa ideal para los miembros de las redes de trata.

Atrás de estas redes, hay una inmensa maquinaria de poder que todavía no salió a la luz. Las 13 personas que están siendo juzgadas por la desaparición de Marita Verón no son nadie adentro de la organización. Se encargan de marcar y secuestrar a las chicas, pero no son los que tienen el poder. Para que una red de trata pueda desaparecer, torturar, prostituir y trasladar personas por todo el país tiene que haber gente poderosa involucrada. Susana Trimarco apunta contra policías, jueces y funcionarios políticos.


El aspecto positivo es que el caso Marita Verón ayudó a darle visibilidad al tema de la trata de personas. La gente ha empezado a denunciar mucho más, y se llevan adelante distintas campañas de concientización. La trata nos rodea. Todos conocemos por lo menos un prostíbulo que está cerca de nuestras casas. ¿Estamos seguros de que son putas? ¿Estamos seguros de que están ahí porque quieren? No pido que desmantelemos las redes de trata, pero empecemos por lo básico.

Sin clientes no hay prostitución.

Sin prostitución no hay trata.