sábado, 10 de marzo de 2012

Que signifique algo

Hace unos años, en People + Arts había un programa que se llamaba Miami Ink. Era un reality que mostraba cómo se trabajaba en un local de tattos, desde que el cliente llegaba con la idea en un papel hasta que se iba con el tatuaje terminado. En el medio, mostraban distintas cosas sobre la vida de los tatuadores y, más que nada, sobre el significado que cada tatuaje tenía para los clientes que iban al negocio.

Había de todo: tatuajes para recordar a un ser querido o para marcar una nueva etapa; tatuajes de cábala, de protección o de buena suerte; tatuajes cargados de significado o tatuajes porque sí. Los tipos que laburaban en el local hacían unos tattoos increíbles, y siempre encontraban la forma de mejorar el diseño original de los clientes que, hay que decirlo, la mayor parte de las veces era sencillamente horrible. 


Si querés tatuarte un duende espantoso o un mamarracho de colores que te tape toda la espalda, está bien, hacelo, vos sos el que va a vivir con eso. Pero por favor, que signifique algo. Yo miré muchísimos episodios y siempre me pareció que los tattoos más lindos eran los que tenían un valor especial para esa persona. La mayoría no se tatuaba lo primero que veía, sino que ya llegaba al local con una idea previa. Y creo que de esos tatuajes jamás van a arrepentirse ni cansarse, porque trascienden el dibujo en sí mismo.

Los tatuajes nacieron cargados de significado. Cada sociedad les dio un sentido y un valor distintos, y más allá de la cuestión estética son esos mensajes los que hicieron que sigan vigentes miles de años después. Los tattoos no son para nada una práctica moderna: ya existían en el neolítico, unos 3.200 años antes de Cristo. A principios de la década de los '90 un grupo de científicos encontró a Otzi, la momia más vieja del mundo, dentro de un glaciar en los Alpes. Otzi tenía alrededor de 60 líneas y cruces tatuadas en la parte baja de la espalda, la rodilla derecha y los tobillos.


Tribus indígenas de lugares muy distintos, como la Polinesia y América del Norte, usaban los tatuajes como parte de un ritual de paso de la adolescencia a la madurez. También les otorgaban un fuerte sentido comunal, ya que las personas eran identificadas por sus tattoos y las más tatuadas eran las que merecían más respeto. Los maoríes solían cubrirse todo el cuerpo de dibujos para asustar a sus enemigos en la batalla  (imagínense a un All Black haciendo el haka con la cara toda tatuada). De hecho, la palabra tatuaje o tattoo proviene del polinesio tatau.

En Egipto, la práctica del tattoo era casi exclusiva de las mujeres. Por un lado, creían que los tatuajes tenían poderes mágicos y protectores, y por otro, los hombres los usaban para señalar que determinada mujer era de su propiedad. Los antiguos japoneses también los utilizaban como señales, pero en un sentido distinto: se usaba para marcar a los criminales y obligarlos a cargar el símbolo de la vergüenza durante toda su vida. Esta práctica fue retomada en los campos de concentración del Holocausto para marcar con un número a los judíos que estaban presos.


Hoy en día también hay distintas creencias que circulan alrededor de los tatuajes. Por ejemplo, se dice que para tener buena suerte tienen que ser un número impar, y que nunca hay que tatuarse el nombre de tu pareja porque eso quiere decir que vas a separarte dentro de poco tiempo. En 2002, se calculaba que una de cada ocho personas tenía por lo menos un tatuaje. Para 2006, el 36% de las personas de entre 18 y 29 años estaban tatuadas. 

Aunque no hay números más actuales, lo lógico es suponer que ese porcentaje aumentó en estos últimos seis años. Seguramente dentro de medio siglo va a ser de lo más común tener una abuela con un delfín en un hombro o un abuelo con un águila en la espalda. Ustedes hagánse lo que quieran, pero respeten la tradición y acuérdense: por favor, que signifique algo.


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